Empieza esta historia con unos versos: «Mil novecientos diecisiete. Mi adolescencia: la locura por una caja de pintura, un lienzo en blanco, un caballete». Es Rafael Alberti en A la pintura (Poema del color y la línea). Cambiamos 1917 por 1980 (que no son tantos los años que lleva a cuestas) y, entre lienzos, una caja de pintura y  un caballete transcurren los primeros años de Enrique Quevedo. Luego llegan Sevilla, donde estudia Bellas Artes, y Barcelona. Y en Barcelona, Tiana. Allí caen en sus manos  los trabajos de Lola Anglada, gracias a la «tieta» Josepa, que de jovencita trabajó con ella ayudándola a iluminar sus dibujos. Aprende mucho sobre la manera de hacer de «la Lola», como allí la llaman. Despierta la pasión por la ilustración.

De vuelta a Sevilla, tras los años en Barcelona, imparte clases de Dibujo Geométrico y Perspectiva en la facultad de Bellas Artes. Es en 2011 cuando publica su primer libro con Kalandraka, La hora de los relojes, primera obra también junto a Fran Nuño. Desde aquel trabajo hasta este Carocho de la editorial Abresueños han llovido ya muchos libros.

Aunque vendrán estaciones secas (han de venir), a los cielos de Sevilla solo les pide, en la medida de lo posible, que no «dejen de llover» sobre las plantas que se asoman, desde el patio, al interior de la pequeña habitación donde pasa sus días entre pinturas, una mesa de dibujo y papeles en blanco.

Carocho